Designamos como “normal” lo que está dentro del estándar, ya sea este legal o cultural. Aceptamos como bueno para todos seguir las reglas, no salirnos de los estereotipos, no destacar.
Intentamos que por nuestro aspecto y pensamiento se nos incluya en el grupo con el que más nos identificamos, seguimos lo que otros antes han instituido como pauta atendiendo a nuestra edad, identidad sexual o rol social. Siguiendo la naturaleza humana, nuestra atracción se fija en lo raro, en lo no igual.
Lo distinto, lo que transgrede la regla. Sea porque nos rompe los esquemas prefijados por años de socialización o porque nos sirve para reforzar la baja autoestima que nos procesamos atacamos lo desigual. Ya sea por color, sexo, religión o forma lo considerado por la mayoría como fuera de lo corriente es objeto de nuestra atención ya como objeto de admiración o de denostación. Creemos que formar un grupo nos hace más fuertes, podemos combatir a los otros mejor, haciendo de nuestra diferencia una distinción estableciéndola como de acuerdo con la norma.
Por el contrario para otros esa diferencia es un estigma que debe ocultar para no sufrir discriminación. En todo caso, la divergencia es algo intransferible, que nos acompaña toda la vida y que nos hace irrepetibles. Cada uno de nosotros es único, aunque nos empeñemos en ser miembros de un ejército uniformado que se mueve mecánicamente de acuerdo a una música con la que nos sentimos seguros como pieza que encaja y pierde su singularidad en un todo. Si nos paramos y observamos al otro, ya sea próximo o no, descubriremos a un ser tan distinto y a la vez tan reconocible como si mirásemos una grabación de nosotros mismo haciendo las cosas más cotidianas. Los matices que cada uno pone es lo distintivo, son las limitaciones de nuestra naturaleza lo que nos identifica como especie no los procedimientos que nos autoimponemos como sociedad. Tener necesidades concretas, como atender los cuidados de una enfermedad, para algunos es una diferencia tan profunda que les aleja de su entorno impidiéndoles sentirse normales. Para otros, esas necesidades pasan a formar parte de sus actos cotidianos, de tal forma que ya son algunos de sus rasgos distintivos. Ser “normal” es seguir las normas que nos hagan sentirnos felices, elegir las que nos ayudan a vivir de acuerdo con nuestra moral y necesidades físicas o anímicas, pero sobre todo a ser nosotros. La normalidad la imponen, o la acepta, cada persona en su grupo y en cada momento si lo que hace es buscar lo mejor para él sin forzar su voluntad ni la de los otros. Incluso los errores forman parte de esa normalidad ya que son parte del aprendizaje que nunca concluye haciéndose infinito el cambio. Y si admitimos el continuo movimiento “lo normal” de ahora dejara de serlo el próximo minuto, empeñarnos en respetar o hacer respetar las reglas sin incluir la información que de continuo se genera nos alejara de la realidad. Si a cada demanda se busca una respuesta, si esta funciona y no se convierte en absoluta verdad, estaremos creando nuestros propios criterios que pueden o no ser coincidentes con la llamada normalidad. Estaremos constituyendo lo que llamamos “lo normal” para nosotros, que en fondo es lo nos hace felices.